Te has preguntado, princesa mía,
porqué las noches de marzo empiezan a ser tan cambiantes,
las pares y terciadas, que gustan de crear de tus lágrimas cristales,
y el resto, que hasta tu piel se atreve a fundir...
Es la Luna, cruel e inconstante, que ha posado sus ojos
en nuestros pechos palpitantes, y nuestras miradas diluidas
una en la otra, como si mezclándose
la eternidad no fuera mas que una amenaza descartable...
Es la Luna fúrica, mein liebe, que supura envidia,
pues he encontrado en tí la luz más tersa, más tibia,
pues supone con acierto que mis versos no serán ya suyos,
y eres tú quien hace que mi mano teja un poco de poesía...
Te has preguntado, princesa mía,
porqué busco tanto ahora tus ojos almendrados,
porqué en mis besos hay desespero, y entre mis brazos te aferro
como si tu cuerpo fuese evaporándose, yéndose de mí entre los vientos.
Es la Luna, esa maldita luna, que nos quiere ver extintos.
Es propio del dolor del alma desear que aquello que no es tuyo
perezca eternamente en las fauces del olvido.
Por eso te pido, mein liebe, que seamos nosotros quienes expiremos,
entre los vientos del norte y nuestros labios magnéticos,
arder mi cuerpo sobre el tuyo, el camuflaje perfecto,
donde no exista haz de luz alguno que no sea el de tu aliento,
que lo real se tergiverse, y tu calor, que sea eterno...