Yo creía en fantasmas. Creía en espíritus.
Creía en monstruos descomunales, viajando a pie
entre las enormes coníferas nevadas,
creía en los vampiros, las brujas, íncubos y súcubos,
creía hablar con tan encantadores seres,
creía que su poder inmortal se impregnaba a la piel.
Creía en las hadas, en los gnomos, en trolls y pitufos,
en la magia de los cuentos que cuando niño leía.
Creía en los demonios, y en los ángeles también.
Creía en uno en particular, cuyo poder era abismal.
No tenía ni forma humanoide, pues humano era un insulto.
Portaba, con orgullo, la bandera de la incertidumbre,
del oscurantismo de las almas, de la belleza inmortal,
sin embargo, yo veía un haz de tenue luz,
el toque necesario para andar mi camino,
para olvidarme de un pasado que jamás me atrevería a contar.
El toque necesario para alegrar mi alma,
pues mi profunda tristeza jamás una sonrisa podría camuflar.
Sentía las plumas de sus alas tejiendo sueños en mis mejillas,
caramelos en mis manos, néctar suave entre mis labios.
Me pedía cerrar los ojos, y yo, fiel a su canto
me limité a obedecer.
Y soñé.
Y soñé.
Y soñé.
Y soñé.
Y soñé.
Y soñé.
Y soñé.
Y soñé.
Y abrí los ojos.
Colmillos amarillos.
Uno en mi ojo izquierdo, otro en mi parietal.
Mis huesos crujían. Mi mente no entendía.
El monstruo succionaba. Jadeaba, mordía.
Mi fuerza se acababa. Mi presión... subía.
Tomé del cuello a la bestia, de piel escamada.
La arrojé en contra mía, y cayó asustada.
Se reincorporaba, al ataque dispuesta.
Y ví el cadáver de un bello angel, sangre dispersa,
bello cuerpo sin vida... y sin carne, y sin belleza.
¿Como puede una criatura - pensé - tan excelsa
perder su quintaescencia con tan sólo morir?
¿Es que la bestia la extrajo para sí? ¿Que beneficio así obtendría?
¿O es que acaso era...
acaso era una piel de muda?
El frío engendro contempló el crimen conmigo,
y salió huyendo, como si en mi viera
un inquisidor que lo cazaría,
y al no tener belleza, lo asesinaría.
Hoy creo en los ángeles hermosos.
Creo también en la muerte que los contiene.
Nunca lo sabré, si es una piel inerte
de una bestia de pezuñas verdes,
o alimento codiciado de tales bestias,
que buscan cazar a la expectativa.
Aún guardo una pluma del angel caído,
para recordarme que si sigo vivo
es porque la desgracia y la Muerte,
mi preciosa amada, traza mi camino.