Hay poesías que subliman el sufrir,
que hacen que el dolor propio atraviese corazones,
poesías que laudan las almas perdidas,
aquellas que parten en sufrimiento,
aquellas que yacen inocentes en el laberinto real,
que propician el clima idóneo
de una historia de terror para niños y crédulos.
Hay poesías que alaban a los dioses,
tan sólo declamables en glorias y cánticos,
incuestionables palabras terricolas
que descienden desde los reinos de los cielos,
depositando esperanza y fe
en las almas de los débiles de mente.
Hay poesías que rayan en lo divino,
poesias que riman como los fractales,
otras tantas que aluden la belleza al punto de recrearla,
y otras que encarnan el deseo,
el jugo preciado de los bebedores de vida,
el veneno perfecto para los agonizantes románticos.
Hay discursos que ofrecen justicia y valor
al desposeido, al necesitado, al falto de fe,
discursos poeticos que elevan la moral
al grado de darle calidez a una patria falsa,
a un ideal falso.
Pero yo conozco la verdadera poesía,
aquella que no se lleva en el corazón,
pues tiene corazón propio.
Aquella que no causa ni exhala dolor,
pues el dolor mismo es su carne misma,
aquella que no pierde como el laberinto del minotauro,
pues es la mas brutal y cruel de las carceles,
la que no asusta al mas incredulo de los hombres,
pues es ardor puro y no lo necesita.
La que no se dedica a alabar a un dios falso,
pues su sola fragancia es digna de alabanza.
La que no es rima, ni simetría, ni cordura,
es entropía, es caos, un mar de salvajes formas.
La que no encarna la belleza, cosa insulsa,
pues llamarle Belleza es menospreciar su ser,
pues llamarle Deseo es desdeñar su culto.
La que me es tan prohibida, tan oculta,
que en letras no puede manchar al mundo.
Pero yo conozco la poesía prohibida,
que tiene cuerpo y aliento de mujer.
Θέλω να πεθάνω στα χείλη σας. Αλλά ξέρετε ήδη.